De sapos, ranas y búsquedas sin sentido
En una ocasión oí una conversación entre dos mujeres, en que una de ellas se quejaba con otra sobre los hombres, esa especie tan incógnita e indescifrable que puede enloquecer a cualquiera que intente comprenderla.
Parte de la conversación se centraba en la búsqueda, por parte de las mujeres, de ese príncipe azul de cuento, de novela, de ese caballero en brillante armadura que acudiría algún día a rescatarlas de tooooodas sus penurias y las llevaría a vivir en un castillo de ensueño donde vivirían felices por siempre.
Esta búsqueda, que según dicen, es ardua y tormentosa, puede durar toda la vida o tan sólo un día, un momento; y se lleva a cabo besando sapos; sí sapos, seres pequeños y muy feos —y provenientes de otro cuento— que no son otra cosa que príncipes encantados que vagan buscando a una princesa que rompa el hechizo que pesa sobre ellos, tras de lo cual se convertirán en príncipes de fantasía y vivirán felices por lo que les reste de vida. Ojo con ambos cuentos porque los retomaremos de nuevo.
Esa mujer —con al parecer más de un sapo en su haber— se quejaba y decía que tal vez esa búsqueda continuaría toda su vida. Dicho esto no pude menos que entrometerme y decirle que —en mi opinión— los príncipes no existen, y solo hay sapos. Pude parecer grosero o imprudente a lo mejor, pero a continuación ahondare en mi explicación:
Los príncipes no existen, sólo hay sapos; y las mujeres tienen que entenderlo y vivir con ello. No hay más.
Pero, eso sí, hay sapos de varias clases, los hay verdes —e interesados por su ambiente—, negros —tortuosos y malignos—, rosas —e interesados en otros sapos—, anaranjados
—relucientes y llamativos—, grises —que existen aunque la gente no repare en ellos— variospintos, multicolores, etc.; y sí, los hay incluso azules —categoría que suele interesar a las damitas. Sus colores dependen más del cristal por el que se miren que de su naturaleza misma, aunque esta ultima no demerita el grado de color que cualquiera de ellos puede cobrar a la vista de la interesada.
Ustedes se preguntaran, ¿cual es el chiste de conseguir un príncipe?
Bueno intentare dar una breve explicación desde mí muy personal perspectiva.
El motivo de buscar un príncipe va más allá del titulo nobiliario que se consigue —salvo algunos tristes casos en que ese tipo de reconocimiento más que nada económico pareciera ser lo primordial— tiene que ver más con el hecho de ser “la pareja del príncipe”. Como príncipe, veo a un individuo que resalta por sobre los otros, que tiene una identidad que lo hace distinto a todos los demás hombres, es alguien digno de ser tomado en cuenta, ya sea por su físico, su mente o sus palabras, sus hechos sobresalen por sobre todos los otros; y al parecer todos los detalles de su vida deben ser conocidos en extenso. Habría que resaltar aquí la perdida de intimidad que esta situación lleva consigo, pero habrá quien lo considere como algo deseable, en fin es cuestión de gustos. La afortunada mujer que se añade a la realeza, ya sea que provenga de las capas más bajas de nuestra sociedad —sí, la cenicienta, pareciera que toda l a vida se resume a cuentos— o de una familia real en desgracia que de acuerdo a derecho recobra sus fueros, se convierte en la pareja de una persona importante, sale de la muchedumbre gris que se mueve día a día buscando su destino en este mundo de todos y se vuelve notable para los demás, sobresale a sus propias circunstancias y adquiere un carácter casi divino, por primera vez puede destacar sus propias ideas, por primera vez puede ser vista y reconocida por los que eran sus iguales y mostrarles que no es una más, una del montón. Es única e irrepetible, es distinta y con carácter propio, es un amanecer que brilla de otra manera, es una cabeza con ideas notables y especiales, es una estrella diferente en el amplio firmamento. Es una princesa y por eso deberá ser tomada en cuenta. Además de todo lo anterior, consigue una pareja, esa riqueza tan difícil de conseguir en estos días, alguien que camine a su lado, que comparta sus sueños, que la haga lo más preciado de su vida, que sea su igual y complemento, que la vea como su motivo de vivir y seguir adelante. Y ¿qué lo hace tan especial? Pues que para los ojos de él, ella es una princesa. Quedando claro ahora el motivo de búsqueda tan intensa, volvamos al segundo cuento, ese que trata de sapos hechizados y esa otra búsqueda en paralelo.
Los hombres, como los sapos del cuento, pasamos nuestra vida buscando a la princesa que rompa el hechizo que hay sobre nosotros, que nos elegirá de entre todos los sapos disponibles y nos besará cambiando el encanto. Esa princesa que sabrá mirar a través de nuestros ojos saltones y reconocernos como lo que realmente somos. Esa mujer única que sabrá valorarnos, que nos querrá y consentirá, que nos hará sentir fuertes e importantes, quien será nuestra pareja fiel y madre de nuestros hijos. Quien cumplirá nuestros caprichos y satisfará nuestros deseos, y claro, con quien esperamos tener una vida sexual plena y constante —sobre todo constante. Será encontrar esa persona que nos verá como seres únicos, diferentes, etc.; puedo extenderme aquí pero creo que el argumento se entiende por sí solo. Y ¿qué es lo que la hará especial para nosotros? Pues que para los ojos de ella, nosotros seremos príncipes.
Pero, siempre hay un pero ¿verdad? Hay algo que tiende a dificultar esa búsqueda, las princesas no existen, a decir verdad, sólo existen ranas. Y los hombres tenemos que aprender a vivir con esto.
Puedo tratar de resaltar otra vez, que las ranas son de distintos colores, pero creo que el lector o lectora se imaginará a donde quiero llegar con todo esto.
Creo que todos, hombres y mujeres debemos darnos un respiro y reflexionar, meditar acerca de lo que realmente queremos, la razón para la cual existimos, el destino al cual queremos llegar y la persona con quien queremos compartir —si es que deseamos hacerlo— todo esto.
Ya alguien intentó antes ejemplificar las diferencias entre los sexos diciendo que procedemos de planetas distintos, y si bien puede ser cierto ya que las formas que escogemos para realizar nuestras metas no podrían ser tan diametralmente opuestas, yo creo que lo que habríamos de buscar es la razón, tan diferente, que nos motiva a besar sapos o ranas, esperando siempre y encontrando nunca a ese animalito especial para nosotros que nos acepte como suyos y detenga nuestro incesante “brincar” de un lado a otro.
Creo que debemos abandonar esa búsqueda sin sentido de príncipes y princesas de fantasía, y entender que en este mundo sólo existen sapos y ranas; y que debemos estar conscientes de ello. Hacerlo de otra manera será vivir metidos en una historia de fantasía, agradable por momentos, pero en realidad tan vacía.
Llegamos así a otra parte de esta charla. Esa necesidad humana tan común para ambos sexos distinta en su aproximación pero igual en sus resultados: la necesidad de que el “otro”—el o la pareja que tengamos o deseemos— nos haga felices.
¿Por que confiamos encontrar en otra persona lo que necesitamos adentro de nosotros, porque nuestra tranquilidad y confianza en nosotros mismos debe depender de alguien más?
¿Por que no reconocemos que lo primero que necesitamos para ser felices, lo encontramos dentro de uno mismo?
¿Por qué encomendar a alguien más algo que sólo podemos hacer nosotros mismos?
¿Por qué nos cuesta tanto trabajo?
Creo que la primera parada en el camino a esa felicidad completa que todos buscamos a lo largo de la vida comienza con aceptarnos como somos, con tantos y tantos defectos como los tenemos, con tanta tristeza y apatía como la que sentimos, con tanto y tanto coraje como podemos tener, con tanta ambición y egoísmo como podemos experimentar, en fin con tantos y tantos errores como podemos tener mientras vivimos. Debemos aceptarlo, estamos muy lejos de la perfección —y por mucho— y no podemos exigir esto de otra persona si no lo tenemos nosotros mismos.
Ahora sí, partiendo de lo más bajo que podemos caer como personas comencemos a subir, reconozcamos entonces nuestras virtudes —estoy seguro de que después de una búsqueda minuciosa y exhaustiva todos encontraremos algunas— y todas esas buenas acciones que nos han ganado un lugar en el corazón de las personas que nos rodean, el merito en el trabajo, el espíritu creativo, la capacidad de mantener un amistad, la posibilidad de dar lo mejor de nosotros mismos y crecer cada día más y de mejor manera, en fin esta lista podría llegara a ser aun más extensa que la anterior.
Y de ser así ¿a donde nos llevaría?
Nos llevaría, supuestamente, a reconocernos como algo único e irrepetible, pero comúnmente existente en todos los lugares donde existen personas. Como partes complejas de un todo aun más complicado, eslabones en la hechura infinita de las cosas que existen, microátomos de un macro universo, componentes de un objetivo superior: la vida.
Después de todo esto, al saber quienes somos y para que estamos aquí, seríamos libres de ser y actuar, y —creo yo, espero yo— seríamos felices.
Después de todo, ¿podríamos pedir alguna otra cosa?
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