Friday, October 29, 2004

Eterno viajero

Últimamente crece en mí la sensación de estar siempre viajando, sin acabar de llegar a ningún lugar en específico, un trayecto que no termina nunca y que sin embargo transcurre apresuradamente. Pareciera que aún en los momentos en que no tengo un boleto de autobús en la mano, es solo porque preparo mi equipaje o voy en camino a la siguiente parte del itinerario. Viajando de día y de noche, distancias largas o cortas, estancias breves o prolongadas, de ciudad a comunidad, de escuela a escuela.

La semana comienza con los preparativos, siempre abundantes y nunca del todo terminados, equipaje y encargos, tareas y encomiendas, que se agrupan incesantes ante la imposibilidad de terminarlos en tan sólo un par de días. Después vienen las visitas, paradas técnicas y “refaccionarias” que me brindarán los recursos para subsistir la semana que recién se asoma. Por la noche, muy noche o más bien muy temprano dependiendo de cómo se considere, comienza el traslado nocturno, con sus cinco horas al menos, de incomodidad y falta de descanso en el que los asientos de autobús martirizan mi espalda y mi cuello, burlándose de mi falta de pericia para dormir sentado.

Así, al llegar a la primera parada del viaje, guardo la improvisada almohada y comienzo el cambio de vestimenta para intentar acomodarme al caluroso cambio de clima. Mientras camino hacia la terminal de segunda y espero la primera corrida el pueblo, que es la siguiente fase del recorrido, me cruzo con personas cuyas caras reflejan el momento adormecido y aletargado del día que apenas comienza. Es curioso observar a tanta gente movilizándose a esa hora, muchos son maestros, que, como yo, han de viajar cada semana para llegar a su lugar de trabajo, muchos otros son comerciantes o campesinos para quienes la faena comienza mucho antes de despuntar el alba, aún así, el sopor matutino no conoce de profesiones o intenciones y acabamos todos dormitando o cabeceando al menos, en nuestros asientos del autobús.

Al llegar al pueblo, me encamino a la parada de los taxis de sitio, a esperar que se junten los pasajeros necesarios para la corrida, proceso que puede demorar desde unos minutos hasta un par de horas según sea el día de la semana, quincena o de plano la suerte que me acompañe en ese momento. La duración del viaje en taxis de sitio va desde una hora y cuarto, a una hora con cuarenta y cinco minutos de pendiendo de la pericia o estado de animo del conductor, el trayecto es una suma de olores y apretujones, en la que los pasajeros nos quedamos dormidos a pesar de los múltiples brincos ocasionados por la condición del camino. Al llegar a la comunidad paso al cuarto a dejar mi mochila y me dirijo a la escuela a dar clases, en el transcurso de la mañana deberemos hacer lecciones, actividades o el no muy apreciado acto a la bandera (debo aceptar que nadie se siente muy nacionalista los lunes por la mañana), esperando a que llegue el receso y con el un rato de descanso y los alimentos de la mañana para proseguir con las clases que faltan. Al terminar me retiro al cuarto y duermo por el resto de la tarde, despertando solo comer algo y preparar las clases del siguiente día. La semana transcurre más o menos de la misma manera, cambiando a veces por las reuniones de “trabajo” (terapia ocupacional diría yo) a que nos cita la confundida directora, o los ratos en que visto a los profesores y profesoras de la primaria y el telebachillerato, compañeros de lejanía y profesión con quienes comparto cena y ratos de conversación, pero aún así todo esto se convierte en rutina en tan solo un par de semanas.

Por fin, llega el último día laboral de la semana y aunque me apresuro a tener todo listo para salir con premura, estoy a merced de los taxistas de estos lugares. Y digo merced porque lo mismo pueden tardar media hora que tres horas, y lo mismo pueden llevar lugar que venir llenos con lo cual tendré que esperar por mas tiempo o buscar el auxilio de un raid, provisto por algún conductor compadecido, ya sea el del gas, de la pipa de la Nestle o un ingeniero con camioneta de redilas que llegue a pasar por ahí.

Cuando por fin llego al pueblo, deberé correr y tomar el camión que me lleve a Acayucan (en este momento se presenta algo insólito, una vez arriba del autobús, deberán pasar de 10 a 15 minutos para que salga del pueblo, o sea avanzar por 6 cuadras de calles sin demasiada circulación), donde buscare la corrida más próxima a Xalapa o en su defecto al puerto de Veracruz donde deberé trasbordar para llegar, por fin, a mi ciudad.

La llegada siempre es de noche y solo me brinda un par de horas para atender mis asuntos, tras de lo cual podré darme un baño y dormir “como se debe”. El sábado me despertare temprano para asistir la mayor parte del día, a una escuela, que si bien no es de mi gusto e interés, me es indispensable para conservar la plaza que desempeño.

Las materias/clases van desde lo más absurdo y aburrido a lo interesante y pertinente, pero aun así se llevan consigo toda la mañana y media tarde, tras de lo cual tendré unas cuantas horas antes de que el cansancio me agote así como agoto la semana que esa noche termina. Y así, sin mas, no habré terminado de llegar cuando tenga que partir de nuevo.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Mi querido Graymalkin.
Por lo pronto me da la impresión de que estás demasiado concentrado en el viaje. Si te das cuenta omites toda mención a lo que haces durante cada uno de los días de la semana, en la mañana, al mediodía, en la tarde.
Qué pasa con esas horas?
No mermitas que queden en el olvido.

October 29, 2004 at 6:32 PM  

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