Mala lengua
Cada cierto tiempo –no tanto como yo quisiera– me topo de frente con algunas personas que parecen dedicar el tiempo de sus vidas, a incomodar o incordiar al prójimo y a criticar y vilipendiar al vecino, sin que –aparentemente– exista un motivo o razón para ello.
Esta especie subhumana en cuestión, se compone de integrantes de ambos sexos, aunque a veces pareciera que en su mayoría son mujeres, –adelantándome a las criticas, debo argumentar que esto no es un apreciación sexista o machista, sólo una mera observación que he constatado a lo largo del tiempo, y es que pareciera ser que la actividad preponderante, una vez que se reúnen dos o mas mujeres, es la de comer gente y despedazar reputaciones, tanto así como los hombres deben hablar de mujeres y fútbol siempre que se juntan, pero bueno, eso es harina de otro costal– y no hay lugar en la tierra que no cuente con sus exponentes, sin importar lo sacro del lugar o momento, seguro habrá, como siempre, un pelo en la sopa. ¿Habrá quien no haya padecido al menos en una ocasión al vecino-compañero mala leche-mala lengua?
Por lo general la actividad-actitud de estas personas consiste en criticar a cualquiera que se convierta en blanco de su malsana y ociosa atención. Desde detalles ínfimos –e irrelevantes– como el vestido y el peinado, hasta el afán de desvirtuar lo que se diga o escuche, en el intento de dañar la imagen de su objetivo.
Es impresionante el ahínco que pueden dedicar a esta innoble tarea, no hay palabra dicha o no dicha, que no pueda ser retorcida y malograda para darle un significado funesto y malintencionado. Tan sólo la observación atenta del objetivo a todas horas, es un actividad que seguro consume tiempo y esfuerzos en grandes cantidades, y ya no digamos el considerable desgaste mental que conlleva un asedio de esta naturaleza.
Ante todo lo anterior, cabría suponer que estos especimenes no tienen mucho trabajo o más bien, ya han desempeñado satisfactoriamente todas sus actividades antes de soltar veneno, pero esto seguro es suponer demasiado. En lo personal creo que si se dedican a sembrar cizaña, es porque no tienen suficientes obligaciones o cosas importantes que hacer, y que una terapia ocupacional sería una opción muy oportuna en este tipo de casos clínicos.
Comúnmente el hecho de sufrir este tipo de agresiones me provoca molestia o enojo, aunque en más de una ocasión he confirmado que tengo mucha más paciencia de la que creía tener. Hasta la fecha soy incapaz de entender el porque la gente no dedica sus esfuerzos a resolver sus asuntos personales, y sin embargo hace un esfuerzo extraordinario para joder “al de enfrente”. Ignoro que tipo de placer se pueda lograr con el hecho de causar –o agravar– las penurias ajenas o que tipo de mentalidad y falta de autoestima son necesarios para disfrutar de estas vacías y penosas actividades.
Algunas pocas –y contadas veces– lo único que despiertan en mí es lastima, ya que más allá de las razones personales para sentirme ofendido, intento a veces descifrar el motivo de esta actividad que se me antoja francamente estupida. Que vida tan miserable y desagradable deben tener, para asumir esa actitud ante los demás, que insatisfacción y malogrados motivos deben padecer día a día, para ver la vida de esa manera.
¿Será posible que todo esto sea un reflejo de las frustraciones familiares, sexuales, personales, profesionales, etc, que de alguna manera todos llevamos dentro? –porque, siendo honestos, nunca podemos tener todo –en absoluto– lo que deseamos, queremos o pretendemos.; creo que cualquiera que niegue rotundamente esta afirmación, está mintiendo, tiene mala memoria o simplemente no ha reflexionado lo suficiente al respecto–.
Esa actitud de “piedra en el zapato colectivo” bien puede tener esos o muchos otros motivos, pero no creo que exista ninguna que justifique el andar por el mundo escupiendo a los demás; para mi, simplemente es cuestión de inmadurez e incapacidad de asumir la responsabilidad de los actos que cometemos y la forma en que tratamos de ver la vida, ya que creo firmemente que todos tenemos la capacidad de crecernos a los acontecimientos sin andar por la vida cargando traumas añejos.