Ríos del fin del mundo
Los ríos de color púrpura 2, nos muestra una faceta más de la evolución del cine francés contemporáneo, la similitud con Hollywood de realizar secuelas –muchas veces funestas, como su definición lo denota– de películas que han tenido éxito en taquilla (he aquí la razón de todo esto). En los últimos años, las películas francesas se han apartado del genero artístico que las ha caracterizado y se ha volcado a la realización de películas de acción, suspenso, ficción, entre otros géneros, que han conquistado taquillas no sólo en la Comunidad Europea, sino en Norteamérica y los países asiáticos. Muestra de estos trabajos son: Taxi, Pacto de lobos y la primera parte de Los ríos de color púrpura, por citar unos cuantos.
Esta segunda parte, como muchas otras, no cuenta con el reparto original, ya que Vincent Casell, uno de los protagonistas anteriores, no aparece en esta nueva entrega –supongo que tenía cosas más importantes que hacer junto con su pareja, la bellísima Mónica Belluci y su hijo recién nacido–. Contamos sin embargo, con la presencia de Jean Reno, quien realiza nuevamente el papel del inspector/comisionado malencarado y fregón que las puede todas. La trama abarca una serie de crímenes crudos y violentos, con sangre al por mayor –de ahí los ríos y su mentado color– que parecen tener un trasfondo sobrenatural con implicaciones religiosas y por supuesto la llegada del Apocalipsis –sí, otra vez–. La trama es un tanto confusa a momentos, y algunas secuencias de acción dan más la idea de exhibición gimnástica –los monjes del apocalipsis son, al parecer, fugados del circo chino de Pekín– que de confrontación; estoy seguro que la escena de persecución entre el otro policía y el monje, debió ser filmada en varios segmentos, ya que la combinación frenética de correr, brincar y bajar obstáculos al menos durante 10 minutos, supera aún las pruebas de obstáculos o el pentatlón de los juegos olímpicos –yo quedé fatigado nada más de ver dicha secuencia. El hecho de usar nuevamente la teoría de la conspiración como eje central demerita la originalidad del guión. El manejo que se hace de los personajes dista mucho de ser profundo –supongo que por tratarse de la secuela, el director parte de la premisa de que ya conocemos a los personajes, y si bien eso se aplica al protagonista, las razones del comportamiento de los otros personajes quedan incompletas a favor de la inclusión de escenas de acción. Y claro está, no podía faltar el discurso de justificación y/o exposición de motivos –de no menos de cinco minutos, cuan debe ser– del villano en turno, el señor Christopher Lee. Pero aún y con todas estas debilidades la cinta es disfrutable y mejor que muchos churros de manufactura nacional o estadounidense –el churro francés ¿se disfrutará mejor con chocolate o papas a la francesa, o más bien acompañado de crepas?, profunda incógnita queda aquí.
Aprovechando el tema presentado en la película, podríamos reflexionar un poco sobre la magnitud del fin del mundo y sus posibles consecuencias, ya que, de tanto que se ha explotado el tema en el cine, la televisión y demás medios, corremos el riego de que lo sobrevaluemos y suceda de una vez por todas sin que nadie se de cuenta; o por el contrario, todas las propuestas anteriormente citadas se queden cortas y sea un evento que sobrepase nuestra pobre concepción de la última y trascendental tragedia humana. En todas la películas que tratan el tema, podemos ver a los héroes o heroínas que acuden prestos a dar la pelea y morir de ser preciso con tal de evitarlo; segura también tenemos la participación de sus contrapartes humanas o naturales que cumplen con su cometido de precipitar el fin de la raza humana, muchas veces con todo y planeta. El esfuerzo de los héroes, ¿no será del tanto fútil? digo, si se le llama El Apocalipsis y no “un”apocalipsis es por alguna razón de peso ¿no? Si se tiene que acabar, terminará sin importar lo que un individuo o la sociedad misma haga por impedirlo, por algo es el final. Si es un llamado a cuentas de la especie humana o tan sólo la mayor catástrofe en su historia, se verá a través de los ojos de los sobrevivientes, de haberlos. A momentos, al ver las noticias, queda la duda de si merece la pena salvar la humanidad; no creo que tenga que listar todos los motivos que hay para que la raza humana desaparezca de la tierra y la deje en paz, en equilibrio, en tranquilidad; pero también es cierto que basta mirar a un niño (a) de cualquier edad, color o religión para saber, sin lugar a dudas, que hay elementos de nuestra especie que merecen ser salvados. La otra interrogante que me surge es, si Dios pone a juicio a todos y sube la canasta poniéndose difícil a la hora de juzgar, ¿Quien podrá salvarse? ¿Habrá alguna religión que lo logre?, o como ya dijeron antes en otra película –La séptima profecía– ¿Qué pasaría si todos estamos equivocados? Menudo lió que se armaría si nadie tiene la razón respecto a las “calificaciones” necesarias para acceder al reino de los cielos. Y más irónico sería si el paraíso, tan largamente publicitado por todas las religiones habidas y por haber, se quedara vacío por falta de inquilinos.